Dicen que cuando “suena el gong final de algo” es cuando el
cerebro tiene que hacer reset, y que es en ese momento cuando sale escribir. Y quizás
sea así, porque, una vez más, hacía tiempo que no sentía ni la necesidad ni la
inspiración suficientes para volver aquí.
Una pasa los días creyendo que tiene las cosas claras, intentando
adaptar sus comportamientos a lo que espera de la gente, de la vida, de los
momentos. Una intenta alcanzar ese quid pro quo que a veces llega, o cree que
llega. Y entonces, en ese momento, una se siente en completa paz y armonía con el universo, con las
energías equilibradas y con el karma de su lado por una vez en la vida. Y, una,
auto-refuerza pensamientos, decisiones, actuaciones e ideas siempre sobre esa
misma base: el equilibrio general. Y cuando una parte de ese equilibrio se cae,
se dobla, cambia de posición y postura, entonces hay que resetear. Y parar a
tiempo, aunque no sea lo que tus impulsos te dicen. Aunque haya una parte de ti
que, egoístamente y sin tener en cuenta las consecuencias nada deseables que se
podrían generar, preferiría seguir por ese mismo camino.
Pero con la edad una aprende a hacer más caso a la cabeza, a
la racionalidad, a otras personas que son menos emocionales. Y, ¿por qué? Pues
porque quiere protegerse y sabe que, si es 100% fiel a ella misma, va sin
escudos por la vida. Y piedra tras piedra, una se da cuenta de que, supongo,
las cosas no son tan sencillas ni tan complicadas, simplemente las complicamos
porque es imposible no avanzar. Para mí, lo es. Quieres quedarte estancada en
esa felicidad y equilibrio sin mover ni un solo pelo porque sientes que, sólo
así, esa felicidad y equilibrio seguirán siendo tales. Quieres quedarte ahí
pero no puedes. Pensaba que sí podía. He descubierto que no. Un aprendizaje más.
Y descubres que no puedes cuando llegan las decepciones. Esta palabra, cuando ayer me
la dijeron, me pareció bastante fuerte. Pero lo pienso y sé que es así. Es una
decepción en toda regla, una desilusión, una sensación de “qué tonta”. Complicado
de gestionar.
Sé que estas líneas no serán, ni mucho menos, comprensibles
para todo el mundo (¡¡todo el mundo, como si tuvieran tantos lectores!!). Pero
a quien concierna, lo entenderá. Es una cuestión de volver a equilibrarse. Es una
cuestión de que el tiempo, lo sé, lo cura todo. Es una cuestión de saber
manejar nuevas sensaciones y nuevos sentimientos (perdiendo, del todo, el
miedo a esta palabra) y de mantenerlos en equilibrio recíproco. Es una cuestión
de cómo conjugar el querer ser una misma y dejarse llevar (o más bien, dejarse
ir) con lo que una sabe que es correcto y que será mejor. Es una cuestión
complicada.