viernes, 5 de octubre de 2012

La vida, en el fondo, son jaleos

Hoy reflexionaba lo siguiente: en la vida, ¿qué es lo que importa realmente? ¿Lo que pasa en realidad o lo que tú crees que pasa? La respuesta, a simple vista, parece clara. Lo que pasa en realidad es lo que importa. "Los hechos son sagrados, las opiniones libres", tal y como dijo Charles A. Dana, uno de los inventores del periodismo informativo. Los hechos son sagrados y, por ello, cómo ocurren las cosas debería ser lo importante.

Pero si sigues pensando te das cuenta de que en la vida, en tu vida, pasan tantas y tantas cosas, que se acaban volviendo inabarcables, por lo que lo único que cuenta es lo que tú crees que pasa. Cómo tú te conformas una realidad, ves lo que quieres ver y oyes lo que quieres oír. O lees lo que, en realidad, estabas esperando que alguien escribiera. Independientemente de que lo haya más allá, porque, además, es imposible saberlo. Realmente creo que es mejor así. Y que tengo que dejar de escribir por las noches, aunque parece que es cuándo más claridad de ideas tengo. Será que la vida, de noche, se ve de otra manera.

Quizás todo esto es un tanto ambiguo, pero así debe ser. Porque la vida, en el fondo, son jaleos. Y el hecho de considerar algo un jaleo, o no, es tan subjetivo como individuales y diferentes somos las personas. Por eso, el jaleo que realmente importa es que tú sientes como tal.

viernes, 14 de septiembre de 2012

"Me gusta tu mirada"

Hoy mi reflexión va de miradas. He leído a Tatiana Escobar en su blog y su entrada de hoy, Retrato de una mujer sin título, me ha parecido una obra maestra. Le cuenta al lector (hombre) cómo es la mujer interesante, la que no es demasiado bella porque, si lo fuera, "sería más hermosa que interesante", aquella que "tiene la elegancia de ser ajena a sus virtudes. La que, tal vez por eso, "cuando cae, se deja deslizar por la pendiente hasta el noveno círculo de la pena inconsolable. Entera cae y entera se yergue. Renace, a veces de las cenizas, y otras muchas, de montañas de kleenex manchados, dispuesta a creer una vez más, a confiar en la entrega como un acto importante para la existencia". La entrega como un acto importante de la existencia y la capacidad de renacer, de no dejarse hundir a una misma, como máxima vital. Caer entera pero levantarse entera y de una vez. Esto podría ser el resumen de mi visión de la vida.

Pero esto no tiene nada que ver con las miradas. El texto sigue diciéndole al supuesto hombre que lo está leyendo que si una mujer interesante le mira y él siente que le está robando algo que ni siquiera sabía que tenía, entonces, debe entregarse sin miramientos. ¿Cuántas veces hemos sentido más con una mirada que con una verborrea incontenida tratando de expresar sentimientos? Y es que, en realidad, es una gran paradoja que intentemos expresar algo tan grande y complejo como un sentimiento con palabras, que, al fin y al cabo, son limitadas. Muy limitadas. La mirada, en cambio, es la materialización de la proyección del lugar donde quiera que estén alojados los sentimientos. Mirada triste, mirada exultante, mirada profunda y mirada reprochadora. Un reto: explica con palabras esa alegría tan inmensa que sientes en ese momento que sabes que recordarás para siempre. Mírate, en cambio, al espejo cuando te sientas así y observa tus ojos y su mirada. No hay punto de comparación.

La mirada, si se sabe mirarla, puede descubrir sin esfuerzo y sin saberlo incluso la mentira mejor creada. Pero hay que saber verla. Y aunque haya quien sea capaz, incluso, de mirar mintiendo, siempre existe el fondo de la pupila, que alberga ese sitio donde el sentimiento está escondido.

"Atrévete a mirarla sin pretensiones (...). No se pide de ti ninguna acción. Todo cuanto puedas hacer se consume en el acto de sostenerle la mirada sin echar mano de estrategias. Quédate ahí, suspendido en el puente levadizo, asomado tembloroso en el balcón de sus pupilas". Así sigue Tatiana, hablando del balcón de las pupilas.

"¿Qué te dicen mis ojos?", me preguntaron hoy. "Eso me lo guardo para mí", le dije.

martes, 4 de septiembre de 2012

Predestinados a no entendernos

A ver si a la tercera va la vencida... Ahora sí, "mis más sinceras intenciones" (en recuerdo de aquel primer post) por continuar esto. Porque, como dice mi perfil, me he dado cuenta -probablemente con los años- de que soy como soy y actúo como actúo porque necesito comunicarme. Y para mí, escribir siempre ha sido MI forma de comunicarme. Y ya que 'Con B de Bolboreta' existe, vamos a darle vida de nuevo. A por ello.

Acabo de leer una entrada en otro blog que hablaba de las mujeres, los hombres y de cómo (Oh, milagro de la naturaleza!) podemos llegar a ser tan diferentes. Es algo que siempre he hablado y comentado con mis más fieles amigas (seguro que en los círculos masculinos, aunque con menos asiduidad, también). Y con la perspectiva de los años, hemos llegado a varias conclusiones, que confluyen en una sola: somos diferentes, y no hay nada que hacer para cambiar esto. Hay que adaptarse, o morir. Nosotras y ellos. Nosotras creemos que no son empáticos, nos pasamos la vida buscando un resquicio de ese "ponte en mi lugar" en las acciones del otro. Sí, señores, así es, no es tan complicado y, como siempre dice una amiga, no pedimos tanto.

Probablemente, ellos piensen cosas parecidas de nosotras. No me atrevo a intentar adivinar qué. Pero probablemente no nos entiendan, por más que lo intenten. Estamos predestinados a no entendernos, pero ¡qué genial sensación cuando encuentras a alguien que parece que encaja bien esa manera diferente de ver las cosas! Ese post que acabo de leer hablar de las mujeres masculinas (mentalmente), los hombres femeninos, viceversa y la complicada combinación de ambos conceptos. Mi 'otro yo', mi mejor amiga, mi hermana, es una mujer masculina (repito: mentalmente), sin duda. Yo, sin duda mucho más claramente, soy una mujer femenina. Irremediablemente. Y lucho contra ello, porque también me he dado cuenta de que se sobrevive mejor... Hoy me ha dicho, mi 'otro yo': "Tampoco te creas que yo tengo la clave de la felicidad".

Supongo que nadie la tiene. Tratemos de encontrar un equilibrio. Pero, mientras lo busco, me rebelo un poco y en ocasiones pienso que soy como soy y así han de quererme. Supongo que todo se reduce a que necesito expresarme y comunicarme.